domingo, 13 de abril de 2025

Hotel Savoy (1924), Jospeh Roth

 


Este Hotel Savoy era como el mundo; hacia el exterior irradiaba una poderosa ostentación; la magnificencia parecía imperar en los siete pisos, pero en el interior habitaba la pobreza. Los pobres estaban en la pare de arriba, enterrados en tumbas bien ventiladas, y las tumbas se amontonaban sobre las cómodas habitaciones de los ricos, instalados abajo, tranquilos y holgados, sin preocuparse por los ataúdes de frágil construcción.

 

El Hotel Savoy viene a ser como una metáfora de la sociedad centroeuropea al final de la Primera Guerra Mundial. Los combatientes vuelven a casa, y la maltrecha economía erige los pilares de un cambio político que degenerará en el fascismo, réplica al bolchevismo oriental.

No es de las mejores novelas de Roth. No se desanime el lector que comience con esta obra, las tiene mucho mejores, fascinantes en grado sumo. Y es que en realidad no se trata de una novela (lo que pasa que el concepto de novela lo engloba todo). Se publicó por entregas, una vez terminadas pasaron a formato libro. La primera traducción al español data de 1971. Me resulta curioso cómo los grandes autores centroeuropeos llegan a España tan tarde, menoscabo para nuestra literatura, o sucedió que el menoscabo lo trajo la dictadura.

 

Un joven judío vienés regresa a casa después de visitar los campos de prisioneros rusos. Según mis superficiales pesquisas, el hotel se encuentra situado en Lodz, una de las principales ciudades de Polonia, un lugar perfecto para enclavar un hotel habitado por un variopinto grupo humano. La gran Polonia de la Edad Moderna es borrada del mapa durante el siglo XIX; renace en el siglo XX, reconocida por el Tratado de Versalles.

Allí se desenvuelve el joven Gabriel Dan. La novela no es más que una galería de personajes que desfila ante nosotros. El rector del hotel es un misterioso Kaleguropulos, griego repatriado al que nadie conoce, al que nadie ha visto, pero que se las arregla para visitar las habitaciones y controlar a los inquilinos a su antojo. El ascensorista Ignatz negocia la estancia en el hotel a cambio de la entrega a cuenta de las maletas de los inquilinos. La bailarina de variedades, Stasia, Wladimir Santschin, payaso que muere a causa de las malas condiciones de vida del hotel para los que viven en los pisos superiores.

En realidad, nos dan igual los personajes, que vienen y van, con la sola argamasa del protagonista. En la segunda parte del libro aparece un repatriado, otro soldado sin trabajo, un croata gigantesco, Zwonimir Pansin, que será amigo inseparable del protagonista y que representa la Revolución. 


En la tercera parte viene el señor Bloomfield, un rico americano al que todos solicitan ayuda. Se viene encima una nueva oleada de repatriados, consecuencia poco conocida de todas las guerras, y finalmente, en la cuarta parte, estalla una revolución, rápidamente reprimida por el ejército, que significa el fin del hotel y de la historia.

 

Venían de Rusia, llevaban consigo el impulso de la gran Revolución; era como si la Revolución los hubiese escupido hacia el oeste, como un cráter en erupción escupe lava.

 

En conclusión, una especie de collage, mezcla de relatos unidos en torno a un joven y optimista muchacho en una Europa que no muestra síntomas de recuperación tras la Gran Guerra, una novela prescindible, del gran Joseph Roth, que no debe ser óbice para descubrir al maestro.

 

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